"Toxicidad" es la capacidad de alguna sustancia para producir efectos perjudiciales sobre un ser vivo, al entrar en contacto con el. La palabra puede convertirse en elemento natural tóxico para la salud de las personas. Decía Paracelso que "solo la dosis hace el veneno". Confucio solía decir que cuando las palabras pierden su significado, la gente pierde su libertad. Cuando la palabra es algo valioso para una persona, decimos que es una "persona de palabra", algo opuesto a un mero "flatus vocis"; es decir, emitir palabras que no significan nada, ni tienen sentido, e intentar convencernos de lo contrario. El comportamiento de una persona de palabra alcanza un explícito reconocimiento, verba sum servanda, el verbo debe ser respetado y guardar la palabra comprometida como si tuviese valor de ley.
Sin embargo, para cumplir con fines soterrados, no toda palabra es útil. Por eso, hoy en día tiene un paupérrimo valor y cada vez se presenta con menor garantía de fidelidad; de ahí la endeblez en el espíritu y la fe en la justicia y la política. De este estado lamentable de la palabra tienen mucho que decir quienes gobiernan, o dicen gobernar el interés público y los que utilizan la palabra y el discurso como herramienta de trabajo, me refiero a los políticos y a los medios de comunicación, que someten a ultraje la palabra a diario por el incumplimiento del dictum de su palabra.
El peligroso desprestigio causado a la palabra retrata a quienes tienen la facultad de elaborarla, porque al desatender la fidelidad y la fe que son propias del respeto debido, incluido el gramatical y el sintáctico, relegan su espíritu, ocasionando un importante quebranto en la confianza en el derecho, la justicia y la política. Fenómeno que presenta un mayor nivel de preocupación si genera falsas esperanzas.
Es posible creer en cualquier resultado deseado, pero no es automático. Ningún político debe olvidar que el espíritu de las leyes no tiene potestad taumatúrgica y tenerlo muy presente a la hora de elaborar su discurso, para no generar escepticismo en la palabra dada y para que ésta sirva para algo. No estaría de más que nuestros políticos y directores de medios de comunicación leyeran más y volvieran, de vez en cuando, su mirada a los clásicos, para habituarse a cumplir con un discurso transparente, que atendiera a la fidelidad y a la fe que le son debidas, y que se abriera a la comprensión del ciudadano.