"Todo lo que reprimimos nos debilita hasta el momento en que comprendemos que también constituía una parte de nosotros mismos". Robert Frost
A medida que crecemos, vamos desarrollando nuestro yo más explícito, por el que nos conocerán, cuando nos identificamos con determinados rasgos de personalidad que van siendo reforzados por la sociedad. Al mismo tiempo, vamos desplazando a un lado oscuro de nuestro interior, las cualidades de nuestro temperamento que no se adecúan a las buenas formas y la educación. De esta forma, nuestro lado oscuro va configurándose a la par que nuestro yo explícito, alimentándose de la misma experiencia vital.
Son múltiples las fuerzas que contribuyen a la formación del lado oscuro y que determinan el "interdicto". Los padres, los parientes, los amigos, la religión, constituyen un entorno complejo por el que aprendemos el "bien" y el "mal"; lo que es amable, educado y moral, y lo que es un comportamiento "despreciable, bochornoso y pecador".
El lado oscuro opera como un sistema psíquico autónomo formado por todos los pensamientos y sentimientos rechazados y desplazados. Pero no todos son "malos", porque, procedemos de "lo oscuro" y, muchas habilidades, aptitudes y talentos de nuestro temperamento permanecen escondidos esperando ser "realizados".
Lo oscuro teme a la luz de la conciencia porque constituye una amenaza para su permanencia. Pero en los momentos más insospechados puede manifestarse a través de nuestras emociones más profundas, más "bajas" o temidas. Con frecuencia encuentra el camino a la luz en la mitad de la vida, cuando las necesidades y valores más profundos tienden a cambiar el rumbo de nuestra vida, obligándonos a romper con nuestros hábitos y a cultivar capacidades latentes hasta ese momento.
La manifestación del lado oscuro tiene por objeto proyectar el inconsciente y expandir nuestra identidad personal, liberándonos de la culpa y de la vergüenza, asociadas a nuestros sentimientos y necesidades más profundas. A lo largo de la historia, el miedo a "caer" se expresó como temor a ser poseído por el diablo. Ejemplos de esto son las leyendas de vampiros y hombres lobo; pero el arquetipo más famoso es la leyenda del Fausto que, cansado de ser virtuoso, acaba haciendo un pacto con el diablo.
Mantenemos escondidas nuestras cualidades ocultas con la esperanza de despojarnos de nuestra ambigüedad moral, expiar el pecado, y retornar al paraíso; pero, como sucede habitualmente, la energía psíquica reprimida reclama su atención y, tarde o temprano sale a la luz.
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