La confianza en que lograremos nuestros anhelos se la debemos a Prometeo que quiso dotarnos de la luz y el conocimiento, lo que encolerizó a Zeus que, como castigo, lo encadenó a una roca y envió a Pandora a la Tierra con una caja en la que se guardaban todos los males. La curiosidad de Pandora al abrir la caja hizo que se liberaran expandiéndose por toda la Tierra. Asustada, Pandora cerró la caja a tiempo de que no se liberara la esperanza que nos quedó como consuelo.
Nos pasamos la vida haciendo planes sin apenas ser conscientes de ello. Esos planes, expectativas e ilusiones alimentan nuestra esperanza y nos sirven para olvidar el dolor que nos provocan los recuerdos negativos de nuestro pasado. El futuro está profundamente arraigado en los seres humanos; de niños soñamos con hacernos mayores y de mayores nos ilusionamos haciendo planes de futuro.
La esperanza tiene que ver con nuestro pasado; abarca las expectativas sobre nuestro futuro y el significado que le damos al destino del género humano y a la fe en que la maldad, la injusticia y la violencia no tendrán la última palabra. A diario recibimos información de la muerte y la desolación de millares de seres humanos. Asistimos con impotencia a una representación en la que la economía, la bancarrota, las deudas, la corrupción política, la pérdida de los ahorros, la falta de trabajo, los desahucios, las enfermedades y un largo etcétera, son una amenaza constante a la que no nos resignamos.
La sociedad global actual fomenta la necesidad humana de anticipar para generar ansiedad y menoscabar nuestro mundo interior provocando un estado generalizado de indefensión. La sensación de inseguridad nos envuelve, lo que provoca angustia e incertidumbre que quebranta nuestra confianza. Es un estado de hipervigilancia, en el que nuestro sistema nervioso autónomo se dispara sin control, nos impide relajarnos, interfiere nuestra capacidad de relacionarnos e influye en todos los ámbitos de nuestra vida, incluido el ocio, al tiempo que debilita nuestro sistema inmune y nos predispone a sufrir enfermedades físicas y psicológicas.
Nos pasamos la vida haciendo planes sin apenas ser conscientes de ello. Esos planes, expectativas e ilusiones alimentan nuestra esperanza y nos sirven para olvidar el dolor que nos provocan los recuerdos negativos de nuestro pasado. El futuro está profundamente arraigado en los seres humanos; de niños soñamos con hacernos mayores y de mayores nos ilusionamos haciendo planes de futuro.
La esperanza tiene que ver con nuestro pasado; abarca las expectativas sobre nuestro futuro y el significado que le damos al destino del género humano y a la fe en que la maldad, la injusticia y la violencia no tendrán la última palabra. A diario recibimos información de la muerte y la desolación de millares de seres humanos. Asistimos con impotencia a una representación en la que la economía, la bancarrota, las deudas, la corrupción política, la pérdida de los ahorros, la falta de trabajo, los desahucios, las enfermedades y un largo etcétera, son una amenaza constante a la que no nos resignamos.
La sociedad global actual fomenta la necesidad humana de anticipar para generar ansiedad y menoscabar nuestro mundo interior provocando un estado generalizado de indefensión. La sensación de inseguridad nos envuelve, lo que provoca angustia e incertidumbre que quebranta nuestra confianza. Es un estado de hipervigilancia, en el que nuestro sistema nervioso autónomo se dispara sin control, nos impide relajarnos, interfiere nuestra capacidad de relacionarnos e influye en todos los ámbitos de nuestra vida, incluido el ocio, al tiempo que debilita nuestro sistema inmune y nos predispone a sufrir enfermedades físicas y psicológicas.
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