Heráclito atribuye al ser humano la percepción del "Logos"; es decir, el sentido y la ley que rige el mundo. La persona, a través del pensamiento, posee la facultad de entender el sentido de los acontecimientos y adentrarse en los contrastes de la vida para entenderla. Protágoras decía, "el hombre es la medida de todas las cosas...". Sin embargo, intuimos que existe una verdad eterna y vinculante detrás de todos los cambios del mundo sensible que despierta nuestra conciencia.
Fichte y Hegel convierten el sujeto finito en el elemento de desarrollo del espíritu absoluto. Sin embargo, para I. Kant, la razón está condicionada por la finitud y ligada a la sensibilidad con la limitación del conocimiento a la experiencia posible y al simple fenómeno. El cristianismo logrará darle a la dimensión histórica un lugar de diálogo entre Dios y el hombre; Nietzsche sacrificará la singularidad del acontecimiento histórico por el eterno proceso circular en el que, la libertad de decisión histórica, queda aplastada por la necesidad del eterno acontecer universal. El ser humano se debate entre el ser absoluto e impersonal que lo trasciende y el Dios personal que se revela en la historia.
Con Bergson, experimentamos la vivencia del tiempo y concluimos que la realidad no se capta racionalmente. La realidad viva huye del estatismo del concepto. El fluir de la vida acontece por intuición directa. Es una vivencia comprensiva. Explicamos la naturaleza, pero entendemos la vida anímica; la contingencia y la finitud, la alegría y la angustia, la paz interior y la preocupación, el éxito y el fracaso, el ser para la vida y el ser-para-la muerte de Heidegger. El ser humano tropieza una y otra vez con sus propias limitaciones. La única tarea posible es la voluntad de verdad que apunta hacia la trascendencia y que no podemos entender con la razón, solo está abierta a la intuición a través del símbolo.
"El objeto se constituye en la conciencia". Edmund Husserl
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